domingo, 30 de diciembre de 2012

Cracovian Fight Club

Primera: warm-up
—¡Hijo de puta! le suelta el polaco número uno al polaco número dos. O quizá dice cabrón o idiota o qué sé yo, algo que, en definitiva (y en polaco), suena muy insultante.

Tras el grito, en el bar se hace el silencio, hondo y tenso, y la atención de los clientes se centra en los dos polacos, púgiles en potencia. Para no defraudar a su entregado público, más palabras malsonantes siguen: el polaco número dos, llamémosle por ejemplo Isaac, responde al improperio del primero, llamémosle por tanto Abraham. El silencio se interrumpe, pero no nuestro interés, siempre en aumento. Abraham, aparentemente el más borracho y agresivo de los dos, toma de nuevo la iniciativa: se acerca veloz y torpemente a Isaac, acabando con la violencia verbal y dando la bienvenida a la violencia sin más, sin adjetivos paliativos.

¡Alabada sea nuestra amada y añorada violencia!, exclamamos todos los espectadores a coro. ¡Oh, la auténtica, desnuda violencia! ¡Larga vida a la violencia primigenia, única ley natural, verdadera, justa e indiscutible!


Segunda: warm-up
—¿Y te gusta pelearte? —le pregunto a un ucraniano con el que llevo un rato conversando.

—Claro, ¡me encanta! Soy un auténtico hooligan del Dinamo de Kiev, ¿cómo no me iba a gustar?

—¿Y peleas a menudo?

—Sí, en cada partido. Aunque ahora llevo más de una semana inactivo, porque estoy de viaje con unos colegas —el ucraniano señala a los colegas, que al parecer están charlando con unos amigos míos. Después de Cracovia, nos iremos a Varsovia. Y luego, a tu ciudad, a Barcelona. Acabaremos el viaje en Portugal, donde jugaremos contra el Oporto en Champions.

—Vaya, dos semanas sin pelear... ¡Tendrás el mono!

—Sí, pero estar de viaje compensa —un amigo del hooligan ucraniano le acerca un chupito de vodka, que este se toma de un trago. Aunque en el fondo no hay nada como una buena pelea después de un partido —añade, y hace un gesto con la mano para indicarme que vayamos fuera del bar, a fumar. Si ganas, peleas para celebrarlo; si pierdes, para vengarte o para desahogarte. O porque odias al equipo rival. O porque sí; no siempre hace falta un motivo para pelearse. Y siempre con tus colegas —sus amigos levantan los vasos y beben a su salud. Oye, ¿a ti no te gustará pelear?

—No, no, para nada —me apresuro a contestarle.

—¡A mí sí! —grita emocionado un amigo mío que prestaba más atención a nuestra conversación que a los colegas del ucraniano.

—¡Genial! —contesta el ucraniano—. ¿De dónde eres?

—Soy eslovaco, de Bratislava.

—Oh, por fin sangre eslava, genial. Entonces ¿nos peleamos?

—¿Ahora?

—¡Claro!

—Bueno, venga.

—¡Vale!

—Pues dale.


Primera: first round
Como todo el mundo sabe, la ley es una aburrida que no defiende —al menos no en público y sin maquillar— la resolución de los conflictos como antaño. El ojo por ojo, diente por diente, ya no se lleva, no gusta. Así que el brazo en alto y a punto para atacar es agarrado firmemente por un segurata salvador, una especie de representante de la susodicha ley, evitando que Isaac reciba un puñetazo.

Isaac mira desconcertado a Abraham, y a este pronto se le contagia la misma estupefacción. La tensión y el absurdo congelan la escena en un precioso instante, muy pintoresco, durante unos cuantos segundos: la mezcla de incomprensión, frustración e ira en los ojos de Abraham; el musculoso brazo desnudo del segurata salvador, con un bíceps hinchado, inmóvil y venoso, fuerte como una grúa; y la incomprensión en el rictus de Isaac, más profunda aún que la de Abraham: ¿por qué la tortura del brazo que no golpea?, ¿por qué la imposibilidad de reaccionar, como si el terror predispusiera al momento estético?

Solo el segurata logra descomponer el cuadro, sacando a Abraham a empujones del bar.


Segunda: first round
El hooligan ucraniano golpea a mi amigo eslovaco una, dos veces en la cara, y una tercera en el estómago. El eslovaco cae al suelo y recibe unas cuantas patadas en el costillar. El hooligan se gira y me mira. Tiemblo.

—¿Peleamos nosotros también? —pregunta un amigo mío, lituano, a uno de los colegas del ucraniano.

El lituano y el colega empiezan a intercambiar puñetazos. Mientras tanto, otro amigo mío, checo, empieza a pelearse con otro colega del ucraniano. Tras unas cuantas sacudidas, la pelea se detiene, pero no por intervención divina sino porque los ucranianos han tumbado a sus dos oponentes, el lituano y el checo. Sin embargo, como buenos boxeadores, se abrazan y se felicitan por una pelea tan limpia y entretenida, y deciden tomar unos vodkas juntos, mientras celebran la fraternidad y el espíritu combativo eslavos.

Surrealista. Lo único que le podría dar cierta lógica a la situación es la repentina desaparición del eslovaco, el primero en caer en combate. Pero, lógicamente, nadie se preocupa por él, ni siquiera notamos su ausencia.


Primera: last round
Por algún designio inescrutable, Abraham ha conseguido volver a entrar en el bar, repitiendo la ronda de insultos en polaco. El segurata lo agarra por los brazos e impide que se acerque a Isaac, protegido asimismo por sus amigos. Cuando, por fin, cesan los insultos, el ángel guardián suelta a Abraham, ya más calmado. Este se acerca a la barra y pide un chupito de vodka.

Tras beberlo de un trago, parece ya totalmente amansado: deja el vaso de chupito sobre la barra, mira sin rencor alguno a Isaac, al otro extremo de la barra, incluso le sonríe, entonces coge el vaso y, antes de que el segurata se lo pueda impedir, se lo tira a Isaac. Por suerte, el vaso no toca a nadie, pero el segurata vuelve a agarrar a Abraham, que profiere insultos y patalea como un endemoniado, y lo arroja otra vez a la calle. En esta ocasión, podemos ver, a través de los cristales del bar, cómo el segurata le propina una santa y definitiva paliza al infeliz de Abraham.


Segunda: disenchantment
—Ayer desaparecí porque el cabrón del hooligan me acababa de pegar una paliza tremenda en tiempo récord —me dice el eslovaco—. Los eslavos tenemos un sentido de la honra muy desarrollado, ¿sabes? Quizá incluso más atrofiado que el español. Así que cuando me levanté me fui a tomar un vodka de buenas noches y, luego, para casa. Pero has contado mal el resto de la historia.

—¿Cómo? —le pregunto al eslovaco.

—Casi todo está bien hasta que me sacuden.

—¿Y cómo sigue?

—Para empezar, el hooligan no te miraba a ti, porque sabía que eras occidental y, por tanto, pacífico o cobarde. Miraba a los otros dos, que también eran eslavos.

—Y por tanto eran peleones, ¿no? Aunque tampoco me parece una gran diferencia, que mirara a uno o a otro...

—El hooligan no quería pelear contigo, sino con el lituano y el checo. Y así sucedió. La gran diferencia con tu versión es que él estaba solo... Es decir, que nos tumbó a los tres él solito, sin ayuda.

—Vaya. Una diferencia grande y un tanto humillante, sí. ¿Y os tumbó uno tras otro? Tuve la impresión de que os peleabais todos a la vez.

—Lo que pasa es que todo fue muy rápido: puto hooligan, era pequeño y fibrado como un mono. Y, bueno, tú estabas bastante borracho, así que no me extraña que no te enteraras...

—Ya, claro. Y él no iba curda, ¿no? ¿Y qué me dices de los chupitos que tomó con sus amigos?

—El ucraniano no tenía ningún amigo. Los chupitos se los tomó contigo y con nosotros. No te acuerdas tampoco, ¿no? Por eso nos verías dobles.

jueves, 6 de diciembre de 2012

"Meduzot": la senda de las medusas

Meduzot (2007, tráiler), que en hebreo significa medusa, es una película que cuenta las complejas historias entrelazadas de tres mujeres que viven en Tel Aviv. La primera de ellas es Batya, que acaba de ser abandonada por su novio y trabaja como camarera de caterings de boda. La conexión con la segunda mujer, Keren, es fácil: esta se casa con Michael, al inicio de la película, precisamente en un banquete organizado por la empresa de Batya. La tercera es Joy, una filipina que hace de asistenta de una de las invitadas al banquete. Aunque las tres mujeres coinciden en el mismo espacio y sus caminos se volverán a cruzar en algún punto de la película, tales reencuentros no afectarán a sus respectivas historias, conectadas sobre todo a nivel temático: Batya, Keren y Joy —¡se me olvidaba decirlo! no son felices.

Los puntos de contacto entre las tres protagonistas no acaban aquí, claro, porque sus infelicidades adoptan formas similares. Cuando Batya sale a pasear por la playa tras la ruptura, se encuentra con un personaje que le cambia la vida, una misteriosa niña que acaba de salir del mar. Puesto que la niña, entre otras peculiaridades, no habla, Batya se queda con ella durante el fin de semana. La niña se pierde en un banquete y la camarera termina siendo despedida por buscarla mientras trabaja; gracias a ello, sin embargo, entabla amistad con una fotográfa que es despedida la misma noche y la ayudará a buscar a la niña.

Batya no ha querido irse de Tel Aviv con su novio, pero su infortunio e infelicidad parecen venir de lejos, como en el caso de Keren y Michael. El mismo día de su boda, Keren se rompe una pierna al intentar salir del lavabo donde se ha quedado encerrada, así que la pareja no puede viajar al Caribe y ha de celebrar su luna de miel en Tel Aviv, donde aflorarán todos sus problemas latentes. Sin embargo, en el hotel donde se alojan, ellos también conocerán a un personaje que les cambiará la vida, una perturbada escritora cuya primera aparición en escena es tan irreal y significativa como la de la niña muda: en el ascensor del hotel, le pregunta de súbito a Michael cómo se escribe la palabra eternamente, en "eternamente desgraciado".

El personaje que cambia la vida de Joy es Malka, una vieja cascarrabias que acaba de salir del hospital y de quien debe ocuparse porque su hija, Galia, no tiene tiempo para ella (está ensayando el papel de Ofelia en Hamlet). Malka no habla inglés y Joy no habla ni hebreo ni alemán, así que uno de las dificultades compartidas por el resto de relaciones se hace mucho más patente entre ambas: los problemas de comunicación. En el caso de Batya, la comunicación falla con casi todos los que están a su alrededor: no es capaz de hablar ni con la niña (porque no habla) ni con sus padres (porque son demasiado egoístas y otros intereses se interponen entre ellos, pero también porque ella no se a atreve a abrirse y a confiar en la gente); solo logrará comunicarse satisfactoriamente con la fotógrafa, con quien entablará una amistad o quizá algo más. En cuanto a Keren y Michael, parece que no tienen tanto problemas de comunicación como interferencias exteriores: la lesión de Keren en la boda, el ruido en la habitación de hotel y la aparición de la escritora entorpecen el desarrollo esperado de su luna de miel y, por tanto, de su relación.

Después de que Keren le pregunte a su marido, con bastante poco tacto, si se ha acostado con la escritora, este le cuenta una anécdota que ejemplifica cómo es y ha sido su relación, llena de interrupciones: en su primera cita fueron al cine, y pasaron todo el rato cambiando de sitio porque una u otra cosa molestaba a Keren, así que apenas prestaron atención a la película. La vida va pasando frente a sus narices mientras ellos están demasiado ocupados solucionando sus problemas. Solo el suicidio de la escritora hace que la pareja despierte y empiece a preocuparse de una vez por su vida y olvide sus problemas. (Es muy significativo el momento en que Keren descubre que la escritora se suicidará y, para ayudarla, decide quitarse el yeso de la pierna, símbolo de todas sus preocupaciones fútiles.) El resto de personajes sufre una transformación parecida durante la película, provocada siempre por la interacción con la persona que ha aparecido casual y recientemente en sus vidas. Joy logra por fin regresar a Filipinas para estar con su hijo y podrá regalarle el barco de juguete que la misma Malka, la vieja cascarrabias, ha comprado para ella. Su felicidad se restituye cuando, abrazando a la vieja, descubre el barco recién comprado; en el mismo espeluznante y catártico abrazo, Malka descubre a través de la ventana a su hija, y también su relación sufre un cambio positivo, un primer paso hacia el acercamiento. En cuanto a Batya, su momento de revelación surge tras estar a punto de morir ahogada en el mar, mientras perseguía a la niña muda: es su nueva amiga, la fotógrafa, quien la rescata. (En este caso, por tanto, son dos los personajes que inducen el cambio.)

La historia de Batya es probablemente la más interesante de las tres, y también la principal: la película empieza y acaba con ella, primero con su novio abandonándola y, después, junto a su nueva amiga y una vida más plena dándole la bienvenida. La música que abre y cierra la película también es la misma, una versión en hebreo de "La vie en rose" (que al principio suena irónica y luego, literal), y el escenario es asimismo igual: primero, un fondo marítimo de una furgoneta que desaparece cuando el novio se va y, después, un mar de verdad. Lo más interesante de la historia de Batya es tratar de descubrir qué significa la niña que surge del mar. No se trata de una aparición que solo Batya puede ver, puesto que su jefe, la policía y la fotógrafa también la ven. Sin embargo, tiene algo de irreal, de fantástico: habla y ha salido mágicamente del mar, y, además, siempre tiene el pelo húmedo y no permite que le quiten su flotador. Igualmente, varias de sus acciones tienen cierto carácter paranormal, aunque todo el mundo parece demasiado preocupado con sus vidas como para preocuparse por la niña; por ejemplo, en casa del padre de Batya la niña encuentra un misterioso álbum que contiene solo una fotografía: el heladero. El heladero resulta ser un recuerdo de infancia de Batya, una imagen o recuerdo-pantalla que encubre un trauma infantil del tamaño de un iceberg: cuando tenía cinco años, como la niña muda, un heladero se acerca a Batya en la playa, pero la madre no quiere comprarle un helado y le promete que más tarde, cuando el heladero vuelva, se lo comprará. Entonces los padres mandan a la niña a nadar con su flotador mientras mantienen una discusión matrimonial iniciada a raíz del helado; el heladero, evidentemente, nunca vuelve. La niña, por tanto, es Batya, una especie de proyección de ella misma que la obliga a afrontar sus problemas y a recordar el pasado, es decir, a reconocer que sus padres nunca se han preocupado por ella y que son la causa de sus problemas y de su irremediable soledad. La misión de la niña acaba cuando regresa de nuevo al mar y Batya va a buscarla: dentro del agua, en metafórico y emotivo momento, Batya encuentra por fin y por última vez a la niña. Después de ser rescatada por la fotógrafa, pasean por la playa y se encuentran, cómo no, al heladero de su infancia, esperándolas sonriente.


La película esta llena de símbolos, aparte de la infancia encarnada por la niña del mar y el mar en sí mismo, todos relacionados con el mar, como por ejemplo el barco y la medusa. Para Joy, el barco es el regalo para su hijo y también el fruto de su bondad y su dedicación. También un barco dentro de una botella aparece en la primera escena de la película, en los brazos del novio de Batya, y reaparecerá en el precioso poema que comienza a escribir Keren y que termina la escritora. Es precisamente el poema que la escritora-Ofelia usa como nota de suicidio. (Lo copio al final.) Keren querría ser como un barco dentro de una botella: alguien inmune al mundo exterior o con un caparazón que lo proteja. La medusa apenas parece tener relación directa con la película, si no fuera, claro, por el título, que denota su importancia. Una frase del poema ("It doesn't know / where it's heading") da una pista de qué puede significar: las medusas no saben hacia dónde van porque no pueden controlar absolutamente sus movimientos. Como las medusas, las protagonistas de esta historia no son dueñas de sus destinos y dependen del azar. Afortunadamente, la película es optimista: el mismo azar depara, a veces, encuentros con otras medusas extraviadas en el mar.

A ship inside a bottle
cannot sink,
or collect dust
It's nice to look at
and floats on glass.
No one is small enough
to board it.
It doesn't know
where it's heading.
The wind outside
won't blow its sails.
It has no sails,
only a slip, a dress.
And beneath them, jellyfish.

Her mouth is dry
though she's surrounded by water.
She drinks it
through the openings in her eyes
which never close.
When she dies, 
it won't be noticeable. 
She won't crash on rocks. 
She will remain tall... 
and proud. 
If you didn't kiss her 
on your way out, 
my love, 
if you can, 
kiss me 
when you return.