domingo, 15 de mayo de 2016

Mateorías (1)

(Capítulo 1 de la novela Mateorías de Guillem González.)

Greguería = humorismo + metáfora
Ramón Gómez de la Serna

Mateoría = greguería - metáfora
Mateo González 

Uno


Este marzo recibí una postal de Madrid. Por un lado, el vestíbulo de la estación de Atocha, con su exuberante jardín botánico, su cubierta de hierro, las mesas de una cafetería y unos cuantos turistas o madrileños desperdigados aquí y allá; por el otro, una sola frase: "Bájate en Atocha, catalán". Estaba firmada por "Un puto madrileño".

Sin embargo, yo sabía que quien me mandaba la postal era Mateo: era la cuarta que me enviaba desde que se fue de Cracovia, las cuatro con la misma frase e igual de guasonas. Esta vez no intenté llamarlo por teléfono para decirle que por desgracia tampoco en aquella ocasión podría visitarlo, sino que compré una postal del papa Juan Pablo II y le respondí escueto ("Este verano sí me bajo en Atocha, madrileño") y con la firma adecuada ("Un puto catalán"). Pocos días después fue él quien me llamó: "No me jodas: ¿vienes a Madrid de verdad?". Que sí, puto madrileño. Acababa de comprarme un billete de avión Cracovia-Madrid.

Karol Józef Wojtyła y Joaquín Ramón Martínez Sabina, más conocidos como Juan Pablo II y Joaquín Sabina, aunque nosotros los llamábamos Juan y Joaquín o J&J, fueron los primeros puntos de apoyo de nuestra amistad. Como buen madrileño, Mateo era un devoto total del de Úbeda ("Donde habita el olvido", "Yo me bajo en Atocha"); a mí mis padres me habían inculcado desde niño el entusiasmo por aquella voz siempre escacharrada: en nuestros viajes en coche, mi hermana y yo solíamos pedirles que queríamos escuchar "al Sardina" otra vez ("Ruido", "El blues de lo que pasa en mi escalera"). Por contra, la relación que Mateo y yo manteníamos con el difunto papa era menos tradicional: a ambos nos gustaba mofarnos de la pasión exagerada que despierta en los polacos más nacionalistas: la cara del papa está presente en la pintura, la escultura, la prensa, la educación y, por supuesto, los souvenirs. En el fondo también sentíamos devoción y entusiasmo por Juan Pablo II, claro, pero pasados por una gruesa pátina de ironía y de incorrección política. La colección de objetos kitsch que decoran el alféizar de mi casa le debe a Mateo dos componentes bien cutres: una taza con un rostro papal y un imán con una jeta pontificia.

Pero si miro hacia atrás todavía me sorprende que consiguiera superar la primera impresión que me dio Mateo y que al final termináramos siendo tan buenos amigos. Acababan de contratarme en una escuela de idiomas cuando la directora me fue presentando a los profesores: fulano es mexicano, quíubole, tal es argentino, cómo andás, esta es venezolana, épale, mengano es chileno, cómo estái, y este es Mateo, de Madrid. Mientras me estrechaba la mano, escuché su voz por primera vez y su primera mateoría:

—¡Coño, lo que me faltaba por ver: un catalán dando clases de español! ¡No me jodas!

Y soltó una de sus carcajadas atropelladas, una risotada cayéndose por la escalera.

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